Historiadores, pensadores y filósofos no se suelen poner de acuerdo a la hora de identificar el origen de la ética como disciplina de análisis y de estudio sobre la moral y lo que es correcto e incorrecto. Sin embargo, se trata de algo inherente al ser humano que ha marcado sus decisiones a lo largo de los siglos y que, en pleno año 2020, sigue condicionando los avances sociales y tecnológicos que se producen de forma vertiginosa.
De hecho, cada vez son más personas las que entienden que, en plena Era de la Información en la que nos encontramos, la ética es uno de los grandes faros de los que disponemos para no perder el rumbo y seguir avanzando con firmeza hacia delante. Algo necesario después de que la tecnología digital haya puesto ‘patas arriba’ la sociedad actual y haya planteado dilemas totalmente nuevos, de gran complejidad y de implicaciones muy profundas.
La necesidad de la ética ante la abundancia de información
Durante cerca de tres décadas, Internet ha crecido de forma exponencial y ha cambiado nuestra forma de relacionarnos, de comunicarnos, de comportarnos y, en definitiva, de vivir. Y lo ha hecho de una forma tan acelerada que ha impactado en una sociedad que todavía no estaba preparada para asimilar la enorme cantidad de información que se iba a generar en todo este proceso.
Desde el primer momento, las empresas se dieron cuenta de la ‘mina de oro’ que suponía acceder a la información de los usuarios, por lo que trabajaron para acceder a ella y para obtener rentabilidad del proceso. Pero al tratarse de un mundo totalmente nuevo e inexplorado, las implicaciones que conllevaban recopilar estos datos y utilizarlos con fines mercantiles quedaron en un segundo plano.
Y es que, en este sentido, conceptos fundamentales como la privacidad o la ética de datos han ido habitualmente por detrás de la información en esta nueva sociedad digital que ha surgido. Conforme los propios actores sociales iban descubriendo las consecuencias que tenían para la privacidad y la intimidad de los usuarios la recopilación, el procesamiento y el uso de los datos que ellos mismos exponían en Internet, se han ido adaptando normativas y se han creado nuevos protocolos de actuación para su regulación.
Es más, actualmente nos encontramos en un momento importante, porque es ahora cuando la ética de datos empieza a erigirse como la respuesta a todos esos dilemas y problemas que han aparecido en estos últimos años y que incluso han dado lugar a más de un escándalo protagonizado por algunas grandes multinacionales.
Una cuestión de identidad y de imagen
Internet ya ha dejado de ser una novedad y es un canal totalmente asentado. Sus usuarios cada vez se preocupan más por la huella digital que dejan a su paso cada vez que navegan por Internet, porque el usuario medio ya no es inexperto en las nuevas tecnologías. Hoy, quien más o quien menos, sabe lo que es una cookie de seguimiento o lo que implica ceder datos personales a una empresa, como el teléfono o el mail, a la hora de realizar una suscripción online.
Por eso, las empresas que participan del negocio digital han empezado a comprender que su prestigio y su credibilidad están en juego. Sus clientes cada vez miran más con lupa lo que se hace con toda esa información que comparten en la ‘Red de Redes’ y exigen que se les informe sobre todos estos procesos, porque la ley también ha empezado a reaccionar para ampararles.
Así que la responsabilidad ética ya es un asunto que está subrayado en rojo en los manuales corporativos de la mayoría de empresas. Y no solo como forma de agradar y tranquilizar a los usuarios, sino también como manera de proteger la propia identidad de la compañía y de promover una cultura ética interna, que fortalezca sus valores y una a sus empleados.
La importancia de legislar y de promover grupos de apoyo
Hasta ahora se imponía fundamentalmente el autocontrol por la ausencia de códigos específicos que regularan el acceso y el uso de toda esta información. De hecho, normativas como el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD) o la California Consumer Privacy Act (CCPA) no estaban preparadas inicialmente para anticipar los problemas más recientes que han ido surgiendo a raíz de nuevas tecnologías, como las derivadas de la Inteligencia Artificial o de los bots.
Ante ello, la solución pasa por actualizar los propios reglamentos para responder a estos desafíos, tal y como ha hecho recientemente la propia RGPD en Europa para fortalecer el papel que juegan los usuarios en el proceso. Y también por promover la defensa de la ética de datos a través de organizaciones y asociaciones de prestigio, así como por la creación de manifiestos que aborden específicamente estos asuntos en el contexto digital.
Algo que, por ejemplo, ya sucede gracias a las pautas éticas para la protección de los datos y la privacidad que compartió la Comisión Europea, al desarrollo por parte de la Research Data Alliance de un grupo de interés en aspectos éticos y sociales de los datos, o al Pacto Mundial de la ONU para la sostenibilidad corporativa.
¿Hacia dónde se dirige la ética de datos?
Lo más difícil ya está hecho, poner el foco sobre la ética de datos y entender que debe de ser un pilar básico para que la sociedad digital pueda crecer de una forma moral y saludable. Pero a la hora de desarrollarla, hay que tener en cuenta varios aspectos para que el resultado cumpla con las expectativas. Son los siguientes:
- Es importante entender que esta nueva ética cambiará la forma de trabajar, porque ahora las políticas de gestión de los datos van a ser más exigentes y van a solicitar un tratamiento mucho más cuidadoso de la información. Por lo que por delante se presenta un proceso de adaptación para las empresas en ámbitos como el marketing, la publicidad, los servicios de atención al consumidor, etc.
- La ética no solo alude a los datos personales, también es importante para la información que se gestiona y se transmite. Hay que evitar caer en la manipulación, en un uso sesgado de los datos, etc. De ahí que la comunicación con el usuario deba ser siempre lo más honesta posible.
- La transparencia es un valor fundamental. La ausencia de claridad genera desconfianza y menoscaba la imagen de una empresa. Como se suele decir, las mentiras suelen tener las patas muy cortas, así que lo mejor es ir siempre con la verdad por delante.
- La información debe usarse en pos de la igualdad. La Declaración Universal de los Derechos Humanos señala que todos los seres humanos somos libres e iguales en dignidad y derechos; por lo que lo correcto es ajustar el nuevo modelo ético a este punto fundamental.
- El usuario debe tener siempre el control de sus datos. Es fundamental facilitar herramientas y protocolos para que este pueda acceder a su información, para editarla, ampliarla o modificarla. Él es el verdadero dueño de esta.
- La seguridad y privacidad de los datos deben estar garantizadas mediante sistemas específicos. Las empresas deben velar por esta información y protegerla, lo que implica invertir en métodos físicos y técnicos para que no caigan en unas manos inadecuadas.
- La ética debe estar presente en todas las fases de la gestión y manejo de los datos, desde su recolección hasta su utilización, pasando por su análisis. Por lo que hay que tenerla muy en cuenta durante todo el proceso.
Los especialistas en ética de datos, cada vez más solicitados
En este contexto, no sorprende que poco a poco esté surgiendo un nuevo perfil profesional, el de los especialistas en ética de datos y privacidad. Por la complejidad de su labor, las empresas cada vez demandan más la labor de expertos que se centren en desarrollar estrategias, prácticas y métodos para el buen comportamiento dentro del entorno digital. Al fin y al cabo, son muchos los factores y aspectos a tener en cuenta, ya que afectan a parcelas tan distintas como la programación, el marketing o la comunicación corporativa. Así que es un asunto lo suficientemente importante como para asumir que, aunque quizá lo ha hecho más tarde de lo esperado, la ética de datos ha llegado para quedarse.
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